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La familia en la era del vacío y la droga-dependencia en la era del vacío (página 2)



Partes: 1, 2

La falta de interés en
la política
social se contrapone con este nuevo deseo de encontrarse en
confianza, con seres que compartan exactamente mis mismas
preocupaciones. El lugar para escuchar a otro con intereses o
problemas
diferentes no existe. Nos juntamos porque nos parecemos, porque
estamos directamente afectados por los mismos objetivos
existenciales. Somos seres idénticos.

Así, mientras la modernidad estaba
obsesionada por la producción y la revolución, la sociedad
posmoderna lo está por la información y la expresión: se trata
del placer narcisista de expresarse para nada, para sí
mismo o para sujetos idénticos, en una indiferencia total
por los contenidos. Comunicar por comunicar, expresarse sin otro
objetivo que
el mero expresar, son las nuevas formas de la lógica
del vacío.

Este narcisismo social se caracteriza así por una
erosión
de los roles sociales: lo que ha tomado valor es la
pasión del conocimiento
de uno mismo, por la expresión o revelación
íntima del yo. Hay que expresarse, revelar las propias
motivaciones, entregar la propia personalidad y
las emociones,
comunicar todo el tiempo el
sentido íntimo para no caer en el anonimato.

Pero cuanto mas los individuos se liberan de los
códigos y las costumbres en busca de la verdad
íntima, sus relaciones se hacen menos fraternales, mas
asociales. La sociabilidad exige barreras, reglas, que permiten
las relaciones ciudadanas. Allí donde reina la obscenidad
de la intimidad narcisista, la comunidad se hace
pedazos, y las relaciones sociales se vuelven banales.

El medio por el cual se da curso a este proceso de
personalización es la seducción que tiende a
regular el consumo, las
organizaciones, la información, la educación, las
costumbres, la política. El mundo
del consumo propio de la
globalización se caracteriza justamente por la
multiplicación de las posibilidades de elección,
con cada vez más opciones, mas ofertas, y combinaciones a
medida.

Así, este proceso consiste justamente en
multiplicar y diversificar la oferta, en
proponer más para que uno quiera y decida mas, consuma
mas. Se acrecientan las opciones en el ámbito de los
deportes, el
turismo, la
moda, e incluso
las relaciones
humanas y sexuales.

Ahora bien, quizás lo más llamativo de
este proceso es que el vacío de sentido general, este
olvido de los contenidos, el hundimiento de los ideales, no ha
llevado, como podía esperarse, a más angustia, mas
absurdo, o mas pesimismo. Lo que crece es la indiferencia, la
apatía.

Dentro de este marco de sobre-estimulación y
multiplicación de opciones en cadena se genera
indiferencia, que es una indiferencia por exceso, por
hiper-solicitación, y no por carencia o privación.
Hartos de los estímulos, nos hemos vuelto apáticos
ante casi todo.

El individualismo extremo decanta siempre en una
apatía y una sensación de vacío absoluto.
Tener relaciones interindividuales sin un compromiso profundo, no
sentirse vulnerable, desarrollar la propia independencia
afectiva, esas son las aspiraciones de Narciso.

El miedo a la decepción, el miedo a las pasiones
incontrolables, se traducen en la huida ante el sentimiento. Se
busca vivir con intensidad el desenfreno de los sentidos,
seguir los propios impulsos e imaginación y buscar el
placer ilimitado y banal, que nosotros llamamos goce.

¡Si tan sólo pudiera sentir algo! Esta
formula traduce la nueva desesperación que afecta a un
número cada vez mayor de personas. Los trastornos
narcisistas se presentan como trastornos caracterizados por un
malestar difuso, un sentimiento de apatía y vacío
interior, de absurdidad ante la vida, de incapacidad de sentir a
las cosas y los demás seres. Los ejemplos son muchos:
bulimia,
anorexia
droga-dependencia, adicción al juego,
etc.

A nivel social, tal vez el ejemplo mas
paradigmático de esta indiferencia es el caso de la
educación
donde en muy pocos años ha desaparecido el prestigio y la
autoridad del
cuerpo docente, y la enseñanza se ha convertido en una maquina
neutralizada por la apatía escolar, que es una mezcla de
atención dispersada y de escepticismo ante
el saber. Es justamente este abandono del saber lo que resulta
significativo: el colegio se parece a un desierto donde los
jóvenes vegetan sin grandes motivaciones ni
intereses.

Es la misma apatía que encontramos en el ambiente
político. Aquí ya no hay fracaso o resistencia al
sistema, hay
desinterés como consecuencia de una sociedad cada vez mas
flexible y basado en lo económico: Las combinaciones se
hacen y se deshacen cada vez mas deprisa, y con menor
participación social.

El proceso democrático se disfraza tras un gran
impulso de igualdad: no
se acepta la diferencia, y finalmente pareciera que todo es lo
mismo. O bien todo da lo mismo. Lo diferente, queda así
excluido, marginado, omitido.

La droga-dependencia
en la era del vacío

Gilles Lipovetsky en La era del vacío
postula la exclusión de lo diferente. Una de las
características de la sociedad actual es la
marginación de todo lo que no se comprende.

Las sociedades
necesitan terrores, enemigos y odios bien decodificados frente a
los que unirse, frente a los que sentirse todos del mismo bando.
Son los chivos expiatorios a los que la sociedad achaca todos sus
males e insuficiencias. No hay que escandalizarse demasiado por
esto ni considerarlo un síntoma de la crisis actual:
es algo que ha existido siempre, con la única
variación de que en cada época la figura del
"enemigo social" ha sido diferente.

Durante las dictaduras militares latinoamericanas, la
categoría de "comunista" era la que nucleaba todo lo
nocivo, todo lo que debía ser combatido por el bien de la
sociedad: en ese sentido, cualquiera que protestara un poco,
viviera de manera distinta, intentara modificar algo o no se
adaptara obedientemente a las normas
instituidas, era perseguido y marginado por ser
comunista.

En este mismo sentido, el chivo expiatorio de la
sociedad del consumo es el drogadicto, aquel que encarna con
mayor ejemplaridad las tendencias desenfrenadas al consumo y la
búsqueda del placer que, en distinta medida, afectan a
todos los miembros de la sociedad.

¿Qué mejor que la sustancia para vernos
completos, sentirnos autosuficientes, negar la natural
imperfección? Las drogas son,
como nunca antes, la fuente en la que Narciso puede contemplarse
y adorarse indefinidamente a sí mismo. Es la fuente donde,
muchas veces, puede también ahogarse.

La sociedad no castiga al adicto al juego, al adicto a
Internet, a los
compradores compulsivos. El consumo desmedido de productos no
es censurado, sino mas bien celebrado y alentado por los medios de
comunicación y el inconsciente colectivo.

Todo lo negativo del exceso consumista que busca el
placer a costa de un individualismo desmedido parece haber
quedado reservado exclusivamente para la categoría del
droga-dependiente. El adicto es el nuevo "enemigo social", y como
tal, hay que excluirlo.

Las reacciones frente a este nuevo chivo expiatorio son
siempre diversas: infunde pánico,
inspira compasión, suscita desprecio, merece castigo o
readaptación, se vuelve objeto de estudio. Lo que no
sucede, lo que no se ve, es que el adicto no es mas que el
ícono penalizado que simboliza y expresa, a costa de su
propia persona, los
males que afectan a la era del vacío.

Ahora bien, los problemas ocasionados por las drogas son de
índole moral (es
decir, referidos al accionar ilegal y a la libertad de
los individuos) y de índole social (estragos, delitos,
consecuencias negativas). Lo que ha hecho hasta el momento la
sociedad, tratando de resolver por vía represiva los
primeros problemas, es acentuar notablemente los segundos: los
problemas de índole social.

Comprender la verdadera dimensión de la
droga-dependencia implica no horrorizarse ni demonizar aquellas
situaciones que son consecuencia de una tendencia global al
consumo narcisista y banal, propio de la era del
vacío.

Lo mismo sucede en la familia: el
adicto se presenta como la oveja negra, el descarriado que ha
perdido el rumbo y que debe ser rehabilitado. Es cierto que el
consumo de drogas tiene consecuencias altamente negativas,
especialmente para la propia persona. Pero no es cierto que
sólo el adicto haya perdido el rumbo. La sociedad ha
perdido el rumbo. La familia ha
perdido el rumbo.

Encarnar en la categoría del adicto todas las
culpas sociales no es mas que una nueva forma de marginar y
excluir todo lo diferente, penalizando hipócritamente
aquello mismo que como sociedad generamos.

Por lo tanto, ocupando hoy el lugar de otras
problemáticas del pasado, el adicto es desde lo social
empujado hacia los bordes ofreciéndosele el espacio de lo
marginal como lugar propio y definitorio.

Decíamos: la familia ha perdido el rumbo…
Si ,ya que somos los adultos-padres que, sin prestar
atención , por tratar desesperadamente de evadir esa
sensación generada por el vacío, conducimos a los
jóvenes a la búsqueda desenfrenada del éxito
total ,la competencia y el
goce pleno:"Es sentir de verdad","Se lo que debas ser",o sea
prometemos logros con la condición de que se siga
consumiendo.

El adicto, recurre al "quita penas", sobrepasa el limite
para escapar del peso de la realidad y otra vez nosotros no
aceptamos (ni como familia, ni como sociedad) el desvío
como expresión de la dificultad subjetiva, entonces
acusamos al adicto a "necesitar" de lo que no es
necesario.

La angustia, que se presenta en esta "era del
vacío", y que el consumo de sustancias pretende obturar,
surge como signo de que "lo real", en palabras de Lacan, existe e
insiste, denunciando que no hay plenitud en l a vida, que el
malestar en al cultura es y
será.

Dicha angustia no enmarcada, genera un estado de
indefensión que invade al sujeto, del cual intenta escapar
mágicamente por medio de la ingesta, de la
intoxicación, intentando así anular el dolor de
existir, al refugiarse en un mundo propio (como autonomía
de goce) procurando un goce inmediato que excluya la posibilidad
del encuentro con otro, es por lo tanto un verdadero repliegue
narcisista.

La droga intenta desmentir los limites (entre lo
masculino/femenino, lo deseado/lo posible, lo real /lo percibido)
, sumándose a esto un déficit estructural donde aun
existe la ilusión de llevar sus deseos hasta las ultimas
consecuencias encontrándose casi sin querer envuelto en un
juego con la muerte y
con al autodestrucción.

Desde su discurso
critica a la sociedad y a su familia, por lo tanto discurso que
conlleva una queja que a su vez prolonga una queja social pero
inserto en esa familia que él critica, él es
marginado, no escuchado…"el no habla, los demás
hablan por el", siendo que esta incapacitado de significar
adecuadamente su condición de hablante.

Podría pensarse que en la elección de la
palabra droga (como significante.), hay un acuerdo de mutuo
interés entre lo social (avalado a su vez por el discurso
medico) y el adicto, que va consolidando cada vez mas, en cada
uno de ellos, la idea de la exclusión del otro al lugar de
desvío de la norma (quizás por eso ello nos llaman
caretas y nosotros a ellos). Sin tener en cuenta que, solo la
dosis hace que la droga se constituya en remedio o en
veneno.

Es en este contexto donde el hombre
posmoderno sufre de inmediatez y de indiferencia, donde no hay
sociedad de conflicto, ni
memoria del
pasado, ni deseo de futuro, donde la angustia se expresa en
aburrimiento y vació, "el adicto" se hace insoportable, ya
que nos devuelve una expresión caricaturesca y a la vez
dramática de eso totalitario que es el goce.

El psicoanálisis pretende posicionarse ante
dicha problemática tratando de sortear prejuicios y
lugares comunes, desde una ética que
supone interrogarse constantemente por el destino del sujeto
atendiendo el discurso de alguien ,"adicto", que viene demandando
ayuda.

Considerando que para el adicto el problema radica en el
"saber" (saber sobre los tóxicos, sobre sus efectos) y en
"certezas" respecto de su modo de gozar (cuando se denomina a si
mismo:"soy adicto") por lo tanto no se acerca con dudas o
preguntas que impliquen algo del orden de la división
subjetiva. Entonces como analistas, estamos en una
posición incomoda, ya que intentar hacer sentido
allí donde no se nos llamo nos posiciona en un lugar de
malestar.

Pero a la vez entendemos que es nuestra responsabilidad como analistas confrontarnos con
esta problemática actual y ofertar un espacio con el fin
de apostar a la emergencia del síntoma (como respuesta)
como efecto de la división subjetiva.

Recordando que no hay drogadictos sin droga, que no
todos lo que consumen drogas se vuelven adictos, es necesario
poder
comprender que en la base de la drogadependencia no esta el
descubrimiento perceptivo del objeto droga sino, el
descubrimiento del efecto que ella provoca.

Es decir, sin droga en el sentido químico del
término no hay efecto, y sin efecto como encuentro con lo
real no hay drogadependientes. En suma, la acción
de una sustancia no depende solo de sus características
farmacológicas sino de lo que se espera de el: de lo que
busca quien lo consume, quien lo suministra y de lo que dicta el
entorno.

Por esto insistir en "la enfermedad" será pensar
esta problemática sin particularizar en lo individual y no
conduce a destino.

Buscamos, mediante un arduo esfuerzo psíquico
intentar lograr "efectos" (subjetivos) que permitan soportar lo
insoportable de la existencia, en esta:" La era del
vacío"

Claudia Marcela Montes De Oca

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